miércoles, 12 de septiembre de 2012

Antiguas Brujerias (Algernon Blackwood) Capitulo 1 (parte 2)


Antiguas brujerías. (continuacion del capitulo 1, parte 2)(parte 1 aqui)

Algernon Blackwood.

Las calles estaban llenas de hombres y mujeres pintorescamente vestidos, todos ellos muy atareados en sus respectivos quehaceres; pero ninguno pareció fijarse en él ni se volvió a mirar su aspecto llamativamente inglés. Fue incluso capaz de olvidar que, con su marcado aspecto de turista, constituía una nota discordante en aquel cuadro encantador; y se fue fundiendo cada vez más con el ambiente, sintiéndose deliciosamente insignificante y sin conciencia de sí. Era como si fuera poco a poco entrando a formar parte de un sueño de colores suaves, pero en forma tan gradual que ni siquiera se diese cuenta de que era un sueño.




Hacia el Este, la colina caía más verticalmente y la llanura de abajo se hundía súbitamente en un mar de densas sombras, donde los pequeños bosques formaban a modo de islas y los campos de rastrojo eran como aguas profundas. Vagabundeó a lo largo de viejos bastiones de fortalezas antiguas que sin duda alguna vez fueron formidables, pero que ahora sólo constituían un fantástico misterio de rotas murallas grises cubiertas de indómitas hiedras y enredaderas. Desde el ancho parapeto en que se sentó un momento, y que estaba al mismo nivel que las redondeadas copas de los plátanos recién podados de la llanura, vio allá abajo la explanada que se extendía en las sombras. Aquí y allá se posaba en las caídas hojas amarillas un amarillo rayo de sol; y miró hacia abajo desde la altura y vio que la gente del pueblo paseaba por allí, sin rumbo, al fresco del atardecer. Pudo oír el sonido de sus pasos lentos; y el murmullo de sus voces se elevó hasta él a través de los resquicios de la enramada. Allá abajo, las figuras de calmosos movimientos lo parecieron sombras, apenas entrevistas a través de los claros del follaje.



Allí estuvo sentado durante largo rato, pensativo, sumergido en las olas de murmullos y ecos casi perdidos que llegaba hasta él y rodeado de las hojas de los plátanos. Toda la ciudad y la pequeña colina en que se alzaba con la misma naturalidad que un antiguo bosque, le parecieron como un enorme ser que yaciese medio dormido en la planicie y ronronease para sí al tiempo que dormitaba.



Y, de pronto, mientras se fundía perezosamente con sus propios ensueños, llegó hasta sus oídos un sonido de trompas e instrumentos de cuerda y madera; y la banda del pueblo empezó a tocar en el lejano extremo del paseo lleno de gente, acompañada por tambores de son apagado y acariciador. Vezin era muy sensible para la música; era un inteligente aficionado e incluso se había aventurado, sin que lo supieran sus amigos, a componer algunas apacibles melodías de graves acordes, que él mismo tocaba para sí, delicadamente matizadas con el pedal, cuando se hallaban a solas. Y esta música que se elevaba entre los árboles, tocada por una banda invisible, pero sin duda muy pintoresca, le hechizó. No reconoció ninguna de las piezas que tocaron, las cuales le dieron la impresión de que estaban siendo simplemente improvisadas por una banda sin director. A lo largo de las distintas melodías no se mantenía ningún movimiento marcado, y empezaban y terminaban de una manera singular y caprichosa, igual que el viento soplando a través de un Arpa Eolia. La música formaba parte integrante de la escena, y de la hora —tan parte integrante de la escena y de la hora como la moribunda luz del día o la tenue brisa acariciante—, y las dulces notas de las trompas arcaicas y plañideras, atravesadas por el sonido más agudo de la cuerda, y todo ello casi ahogado por el continuo retumbar del grave tambor, le hechizaron de una forma curiosamente intensa, casi excesiva, para ser totalmente agradable.



Había ciertamente en todo esto una extraña atmósfera de hechizo. La música le evocaba el misterio de la naturaleza. Le hacía pensar en árboles barridos por el viento, en brisas nocturnas cantando en las cuerdas de ropa y en los cañones de las chimeneas o entre las jarcias de invisibles navíos: también le sugería —y el símil irrumpió en sus pensamientos con violenta intensidad— un coro de animales, de salvajes criaturas reunidas en alguno de los más desolados parajes del mundo, aullando y cantando como cantan o aúllan a la luna los animales. Le parecía oír incluso los gemidos plañideros y semihumanos de los gatos en los tejados nocturnos; y esta música, de intervalos fantásticos, apagada por los árboles y la distancia, le hizo pensar en una extraña reunión de estas criaturas en algún remoto tejado del cielo, cantando a coro su música solemne así mismos y a la luna.



Al momento se dio cuenta de que era muy extraña la imagen que la música le sugería, puesto que su sensación se expresaba mejor de una manera visual que de cualquier otra. Los intervalos ejecutados por los instrumentos eran locamente extraños y sugerían imágenes de gatos sobre las tejas nocturnas, tan velozmente subían los crescendos, tan bruscamente se precipitaban los disminuendos en las notas más graves, y tan loco, confuso y discordante resultaba el total. Pero, al mismo tiempo, de la melodía se desprendía una dulzura plañidera; y, por otra parte, las discordancias de los instrumentos eran tan singulares que no herían su sentido musical como hubiera hecho, por ejemplo, un violín desafinado.



Durante largo rato estuvo escuchando, con total abandono de sí mismo; y luego volvió lentamente a la posada, envuelto en el crepúsculo y en el aire que se iba volviendo frío.



—¿No sintió usted ninguna alarma? —interrumpió brevemente el doctor Silence.



—Nada en absoluto —dijo Vezin—; pero, ya sabe usted, era todo tan fantástico y encantador que me quedé profundamente impresionado. Quizá demasiado —continuó explicando amablemente— y entonces quizá fuera esta violenta impresión, causa predisponente para otras impresiones que fui recibiendo luego; pues mientras regresaba a la posada, el hechizo del lugar empezó a apoderarse de mí de una docena de maneras, y todas ellas distintas. Hubo otras cosas que ni aun entonces me pude explicar.



—¿Quiere usted decir incidentes?



—No, casi no fueron ni incidentes. Se fueron superponiendo en mi mente un tropel de vividas sensaciones que no pude desentrañar. Acababa de ponerse el sol, y los viejos y destartalados edificios recortaban siluetas mágicas sobre un rojo y dorado cielo opalescente. La oscuridad se derramaba por las callejuelas retorcidas. La colina estaba ceñida en todo su contorno por un oscuro mar, cuyo nivel crecía con las tinieblas. El encanto de una escena como ésta, ya sabe usted, puede llegar a ser muy grande; y así lo fue aquella noche para mí. Sin embargo, me di cuenta confusamente de que lo que yo sentía no estaba directamente relacionado con el misterio y maravilla de la escena.



—Es decir, las sutiles transformaciones del espíritu no provenían únicamente de la belleza —indicó el doctor al notar que vacilaba.



—Exactamente —prosiguió Vezin, animándose de nuevo y sin miedo ya de que nos riéramos a su costa—. Mi sensación procedía de alguna otra cosa. Por ejemplo, al bajar por la bulliciosa calle principal, donde hombres y mujeres regresaban alegremente del trabajo a casa, compraban cosas en puestos y tenderetes, y charlaban ociosamente formando grupitos, vi que yo no despertaba el menor interés y que nadie se fijaba en mí como forastero y extranjero. Era totalmente ignorado y mi presencia entre ellos no excitaba ningún interés especial o atención.



"Y entonces, completamente de repente, me vino la convicción de que esa indiferencia y falta de curiosidad eran sencillamente fingidas. Todo el mundo, sin duda de ninguna clase, me estaba espiando furtivamente. Cada movimiento que yo hacía era advertido y observado. Su indiferencia no era sino fingida, cuidadosamente fingida.



Hizo una pausa para ver si nos reíamos de él; luego continuó, tranquilizado.



—Es inútil preguntarme cómo me di cuenta de esto, porque, sencillamente, no puedo explicarlo. Pero el descubrirlo me produjo una gran impresión. Antes de llegar ala posada, sin embargo, hubo otra cosa que se me metió irresistiblemente en la imaginación y que no pude por menos de reconocer como cierta. Y también ésta, lo digo desde ahora mismo, era igualmente inexplicable. Quiero decir que no puedo hacer más que relatar el hecho, el hecho tal como me sucedió.



El hombrecillo se levantó del sillón y se quedó en pie, sobre la alfombra y ante el fuego. Su timidez desaparecía por momentos, a medida que se perdía de nuevo en la magia de la vieja aventura. Incluso sus ojos le brillaban al hablar.



—Bien —prosiguió, levantando, en su excitación, su débil vocecilla—; cuando se me ocurrió por primera vez, acababa de entrar en una tienda.... aunque me figuro que la idea llevaría ya un buen rato fraguándose subconscientemente antes de aparecérseme en tan súbita y completa madurez. Estaba comprando unos calcetines, me parece —rió —, y luchando con mi detestable francés, cuando me di cuenta de que a la mujer de la tienda le importaba un comino el que yo comprase o dejara de comprar. Le tenía sin cuidado vender o no vender. Lo único que hacía allí era simular vender.



"Esto quizá les parezca un incidente demasiado trivial y caprichoso para edificar sobre él todo lo que sigue. Pero en la realidad no tuvo nada de trivial. Quiero decir que fue la chispa que prendió el reguero de pólvora que llegó a producir el enorme incendio de mi mente.



"Me acababa de dar cuenta, de repente, de que la realidad de aquel pueblo era muy otra de la que había visto yo hasta entonces. Las actividades verdaderas y los intereses auténticos de la gente eran otros y muy distintos de lo que parecía. La realidad de sus vidas quedaba oculta en algún lugar invisible, detrás del escenario. Su bullicio y actividad no eran sino apariencia externa, que enmascaraba sus verdaderas intenciones. Compraban y vendían, y comían y bebían, y paseaban por las calles; pero, sin embargo, la corriente fundamental de su existencia discurría por cauces subterráneos, por gargantas secretas, fuera del alcance de mi vista. En las tiendas y en los puestos no se preocupaban de si yo sentía o no interés por sus artículos; en la posada, eran indiferentes a si me iba o me quedaba; el curso de su vida discurría remoto para mí, brotaba de ocultas fuentes misteriosas, fluía lejos de mi vista, desconocido. Todo era una farsa enorme y deliberada, quizá montada en beneficio mío o quizá para sus propios fines. Pero el curso principal de sus existencias discurría por otro lado. Yo sentía algo así como lo que podría sentir una sustancia extraña y hostil introducida en un organismo humano, cuando éste trata por todos los medios de expulsarla o absorberla. Esto mismo estaba haciendo aquel pueblo conmigo.



"Esta extraña certidumbre se apoderó de mí en forma irresistible cuando regresaba paseando a la pasada; empecé a intentar imaginarme apresuradamente dónde podría residir la vida auténtica de este pueblo y cuáles podrían ser los intereses y actividades reales de su vida oscura.



"Y ahora que mis ojos estaban ya parcialmente abiertos, pude observar tres detalles que me intrigaron, el primero de los cuales creo que fue el extraordinario silencio que reinaba en todo el lugar. Todos los ruidos del pueblo eran positivamente ahogados, sofocados. Aunque todas las calles estaban empedradas con guijarros irregulares, la gente se movía silenciosamente, blandamente, con pasos afelpados, igual que gatos. Todo resultaba acallado, mudo, amortiguado. Las mismas voces eran bajas, susurrantes como ronroneos. No parecía haber nada clamoroso, vehemente ni enérgico en aquella atmósfera adormecida, de sueño apacible, que envolvía al pueblecito dormido en la colina. Era como la mujer de la posada: quietud aparente que oculta una intensa actividad y desconocidos propósitos.



"Sin embargo, no percibí por ninguna parte señales de letargo o pereza. La gente era activa y despierta. Pero todo, el mismo bullicio de la calle, estaba envuelto en un amortiguamiento mágico y desconocido, como en un hechizo.



Vezin se pasó un momento la mano por los ojos, como si sus recuerdos se hiciesen demasiado dolorosos. Su voz se había ido convirtiendo en un susurro, por lo cual habíamos escuchado con cierta dificultad la última parte de su relato. Era evidente que lo que nos estaba contando era cierto, y también que se trataba de algo que él a la vez deseaba y odiaba contar.



—Volví a la posada —prosiguió en voz más alta— y cené. Sentía a mi alrededor un mundo nuevo y extraño. Se iba desdibujando mi antiguo mundo de realidades. Allí, me gustase o no, me tenía que enfrentar con algo nuevo e incomprensible. Lamenté haber dejado el tren tan impulsivamente. Me hallaba metido en una aventura y yo he sido siempre enemigo de toda clase de ellas, considerándolas como algo totalmente ajeno a mí. Más aún, sentía que me hallaba a las puertas de una aventura muy oscura y honda a suceder dentro de mí, que iba a tener lugar en un terreno que yo no podía controlar ni medir; y a mi asombro se mezcló un sentimiento de angustia, angustia por la integridad y estabilidad de lo que durante cuarenta años había considerado mi" personalidad'."Subí y me acosté, mientras mi cabeza rebosaba de pensamientos extraños a mí, de carácter obsesionante. Para aliviarme, me obligué a pensar en aquel tren encantador, prosaico y ruidoso, y en todos sus sanos y tumultuosos pasajeros. Casi deseaba volver a estar con ellos. Pero mis sueños me condujeron a otros terrenos. Soñé con gatos, con criaturas de movimientos afelpados, y con el silencio de una vida oscura y amortiguada que se extendía más allá de nuestros sentidos.



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3 comentarios:

  1. Muy muy muy bueno :D porfavor siguelo que la historia esta muy buena... Gracias
    atte: marco astete

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    1. si en esto estoy, disculpa el atraso pero si colgare la continuación de este libro!

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  2. oye yo ya termine de leer todo el libro sabrás si hay otro libro así con una misteriosa chica que te deje así de impactado

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